Madrid me mata

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Abro los ojos en Madrid. Balcones cerrados a cal y canto. Hotel azul y blanco. Mi amiga se ríe, casi de cualquier cosa. Vamos a correr  por la ciudad. Cruzamos las avenidas arboladas de El Prado. El otoño se resiste.  Entramos en el parque del Retiro. Aún es temprano para los niños y las abuelas. Un perro olfatea la hierba húmeda. La isla, que dejo atrás, aún me alumbra. Y sin embargo, Madrid siempre está ahí cuando busco algo sin saber qué, como una caracola en la que se escucha el corazón del mundo. Siempre entre sus piernas termino agotándome. Amante eterna. Madrid es femenina porque contiene, y sostiene. Siempre sonora e indiferente a la soledad de todos. Es difícil hacerse a la idea que el mar no asomará por alguna parte. Lo llevo siempre en la punta de los ojos. Pero no está. Tanta belleza, tanto cielo para acabar siendo polvo. Tanta ausencia de mar, me mata. Y sólo me calma que cuando sea el fin del mundo y todo se inunde porque se han derretido los polos, el mar lo ocupará todo.

Un hombre vestido de pirata grita, ¡al abordaje! y pide dinero a los humanos, que ni le miran. Un rumano cogea en el metro, primero con el pie derecho, y luego con el izquierdo, repite una letanía que no surte efecto. Pide para comer, pero nadie le da nada. Me acuerdo de los que quiero en alguna esquina, como un conjuro extraño quiero abrazarles. La ciudad se enmaraña, se hace inhumana a las horas puntas. El camarero, que es canario, ha perdido el acento. Es actor y trabaja en microteatro por dinero. Tiene una voz poderosa y mirada cándida. Dice, que ya se ha arraigado en la ciudad que nunca duerme. Que nunca se acuerda demasiado de la isla. Respiramos, sudamos. Nos confundimos con corredores de otra carrera. Un gorrión bebe en un charco. El parque se despereza. La luz es blanca, sepia y naranja. Todo está un poco seco. Madrid me mata con sus luces y sombras. Las siluetas se proyectan en todas partes. Hay una realidad de sombras que crece bajo los pies. Alguien corrige la frase de mi amiga; el jardín colgante está en la siguiente esquina. Como si hubiera una continuidad en la vida y en las cosas.

Sonrío,  sonríen como en un espejo. Alguien nos hace una foto. Posamos, poso. Mi amiga sonríe con casi todo. Siento que viajo a ninguna parte, y a todas. Soy feliz en este desierto de asfalto. No echo de menos mi cama, sólo la isla se dibuja en las siluetas. Madrid me mata por sus sombras. Todo es ligero. Tan ligero que los pensamientos no pesan. Pasan a ráfagas como la ciudad y las vidas. Tejados, volutas y azoteas que se asoman a plazas y fuentes, creando un mar inexistente, sin olas. Sólo cabezas que se asoman a la soledad del mundo, flotando ligeras como barcos de papel.

Un comentario sobre “Madrid me mata

    Gladys escribió:
    1 noviembre, 2016 en 08:12

    A veces se necesita morir para renacer de otra forma.

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